17 de diciembre de 2024

Polvo de Hadas


Una niebla dulce y brillante cubría cada rincón del bosque. Era difícil caminar sin tropezar con esto y aquello. De vez en cuando se escuchaba un quejido, incluso algún improperio cuando, sin pretenderlo, se pisaba a algún gnomo en las mismas circunstancias que el resto de los habitantes del bosque de Uridon. Todos se preguntaban qué era aquello. Nadie recordaba algo parecido, aunque sí había quienes decían reconocer aquel delicioso aroma y ese tono rosado que se pegaba a la piel. “Permaneced en vuestras casas”, gritaba el Gnomo Mayor mientras tocaba una campana a lo largo del camino principal. Su cualidad de invidente desde que cumplió los 269 años le confería un sentido de la orientación y un tacto en sus pies que le permitían moverse con seguridad por un paraje que tenía memorizado, al centímetro, en su extensa memoria. Y todos obedecieron. 

 

-¿Qué es lo que ha pasado? ¿Cómo ha podido suceder tal catástrofe? ¡Qué alguien responda, por el amor de Freya!


Veronyr, Reina de las Hadas, agitaba sus alas con una rabia nunca mostrada a sus hijas. Todas ellas lloraban desconsoladas la pérdida del Polvo Mágico que se había extendido a lo largo y ancho del Bosque, y más allá, sin saber cómo ni de qué manera las puertas del inmenso recipiente subterráneo habían sido abiertas de par en par, dejándolas así durante toda la noche. Sin duda, había sido algo hecho a conciencia. Nadie, repito, nadie conocía el lugar donde el mayor tesoro del mundo feérico era atesorado desde hacia…, imposible calcular el tiempo. Desde más allá de todos los tiempos conocidos. Llevaba siglos fabricar una porción del mágico elemento. Cuando un hada llegaba a la ancianidad, lo cual sucedía cuando cumplía los mil años,  su piel liberaba un polvo rosado e iridiscente que se guardaba en una probeta de cristal fabricada por los Elfos. Este hecho se reproducía al transcurrir otros mil años, aunque, no todas ellas llegaban a cumplirlos porque sus cuerpos decidían evaporarse para siempre y disfrutar del plano etéreo. Después de recoger el Polvo liberado por sus pieles, se depositaba en el contenedor subterráneo, un laberinto de túneles también acristalados, otra magnífica creación de los artesanos del cristal élficos, que transcurrían a lo largo de este bosque, y todos los de alrededor creando intrincados recovecos y formas caprichosas. Las paredes contenían pequeñas celdas en las que se depositaba el polvo de hadas que se mantenía en suspensión mientras se movía de una celda a otra creando una neblina viva que contenía sabiduría, amor y paz, además de tantas cualidades como el hada que lo quisiese utilizar confería en el momento de aplicar al ser elegido para tal honor. Pocas veces se daba el caso, pero en ocasiones, alguien o algo merecía ser ungido con ello. Le concederían salud, conocimiento, rectificación de sus errores y una segunda oportunidad, entre otros muchos deseos, la mayoría de ellos inconscientes. El Polvo de las Hadas no tenía igual. 


Pero no todo eran parabienes, no. Se sabía que existían unas criaturas malvadas que poseían la facultad de intencionar una determinada cantidad del polvo mágico para el beneficio de unos pocos y no siempre con buenas intenciones. Estos seres malignos eran difíciles de encontrar. Cambiaban de apariencia a su antojo, igual se hacían ver como una roca, un pequeño lago, un mosquito o…, o un humano. Solo con pensarlo algunas hadas muy, muy ancianas entraron en un sueño infinito porque sus corazones no soportaban tal desgracia.  


-Señora, hemos recorrido los túneles y se ha perdido la mayoría del tesoro. Es como si un fuerte viento hubiese entrado  sacarlo todo. Hay algún pequeño recoveco que aún contiene nuestro preciado tesoro, mi Señora. Hemos vuelto a cerrar las puertas para que se conserve esa pequeña parte, aunque…, no daría para mucho. Lo sentimos, lo sentimos mucho.


Y mientras contaban lo expuesto, lloraban y lloraban sin consuelo. 

 

-Si no hemos necesitado extraer polvo durante estos días, ¿qué sentido tiene abrir las puertas? Y, lo peor de todo, ¡sin mi permiso y sin mi llave!


Nadie podía responder salvo con más y más lágrimas. Había tanta tristeza entre ellas que algunas empezaron a languidecer, sus pieles se tornaban grises y sus alas perdían su transparencia. 


Era una verdadera catástrofe. 


-¡Mi Señora, mi Señora! En la entrada hay dos gnomos del Bosque. 

Quieren hablar con usted. Vienen impregnados de nuestro Polvo hasta el punto de que casi ni se les ve la barba. ¿Les dejo pasar?


Eran Olaf y Günther, dos ancianos del Bosque pertenecientes a la familia más antigua del lugar. Tras lo acontecido durante la noche, sabían que algo inimaginable estaba ocurriendo y necesitaban hablar con Veronyr con quien mantenían una relación correcta, quizás algo fría, pero su comunicación era la necesaria en los momentos pertinentes, y este lo era.  


-Señora, nuestro afectuoso saludo, así como a todas sus hijas


-Si venís a quejaros, os aseguro que nosotras no hemos originado el mayor  desastre de todos los tiempos. Esto no tiene precedentes ni…” 


-Disculpe, mi Señora, no venimos a quejarnos de nada. Todo lo contrario. Nos gustaría ayudar. Pero antes, querríamos aportar algo que igual les puede interesar. Si nos lo permiten, nos podemos cambiar de ropa y sacudir nuestros cuerpos y barbas en el lugar que a ustedes les convenga. Con ello podrán recolectar todo el polvo que llevamos impregnado que, se lo aseguro, es mucho. 


-Les agradezco el ofrecimiento. Procedan. Mis hijas les acompañaran al lugar idóneo. Les espero.


Una vez concluida la  descarga y recogida del polvo mágico que portaban los Gnomos, volvieron con la Reina de las Hadas. 


-Señora, es sabido por usted y por todas su hijas, Elfos y demás criaturas del Bosque que nosotros no necesitamos de su apreciado y mágico elemento. Nuestra condición ya nos otorga bondad, equidad, verdad, honestidad, sinceridad, salud, empatía, solidaridad…, y tantas cualidades como nos pudiesen ser conferidas por su exquisita magia. Por lo tanto, no necesitamos vivir impregnados de ella. Desconocemos el motivo por el que todo el Bosque, y más allá, está cubierto de Polvo de Hadas, pero estamos seguros de que no ha sido algo propiciado por ustedes, por lo que hay algo que está fuera del control de las Hadas y de nosotros mismos. 


<<De momento, les ofrecemos recolectar todo el polvo que cubre nuestro poblado y a nuestros pobladores. Pueden ir ustedes a recogerlo allí, o podemos venir aquí uno a uno a dejarlo en el lugar que acabamos de utilizar nosotros mismos. 


<<Además de eso, somos conocedores de la existencia de unos seres malignos que podrían hacer un uso no deseable de su magia si consiguen la cantidad que necesitan para ello. Por lo tanto, también nos ofrecemos a recoger todo lo que podamos, aspirar árboles, suelos, el mismo aire para que puedan devolverlo a su lugar de vida. Aun así, será imposible recogerlo todo por lo que… 


-Un momento, querido Olaf. Es muy loable tu ofrecimiento y tu intención, pero va a ser algo arduo, largo en el tiempo y ya será inevitable que corra por todos lados ya que, al igual que podéis hacerlo vosotros, con buena intención, otros también irán aspirando y guardando el Polvo de Hadas. Por todas partes. Hay algo que nos tranquiliza, Olaf, y es que el contacto con nuestro mágico elemento conferirá a cada ser cientos de años de tantas bondades que se creará un ambiente de paz, amor y prosperidad sin igual. Al menos dentro del Bosque. En una cantidad excesiva, es cierto, y sin filtros entre unos y otros, también lo sabemos. Al igual que mucho del Polvo se desperdiciará porque entre los seres del bosque ya hay tantas criaturas maravillosas que se hace innecesario. El problema, y sé que tanto tú como tu compañero, Günter, y todo vuestro pueblo conocéis, es que traspasará fronteras y llegará hasta los humanos y lo que ello supondrá. Por no hablar de los seres infernales que circulan entre ellos y a los que muchos idolatran dejándose engañar. Esos serán los peores. 


En ese momento, un lamento llenó la audiencia con los Gnomos. Las Hadas se miraban unas a otras y lloraban y lloraban; gemían y gemían.

Si el Polvo de Hadas llegaba hasta los humanos, sus efectos serían diferentes en cada uno de ellos. Los dones que les otorgarían serían imprevisibles, como imprevisible es el hombre. Podrían hacer el bien hacia los demás, obtener más salud, más sabiduría. Aunque, todo esto, es algo con lo que ya nacieron. Se les entregó un mundo maravilloso, hermoso, aprovisionado con todo lo que cualquier ser por pequeño que fuese  necesitaba; obtendrían alimento, cobijo, agua; el día, la noche, la primavera, el otoño; el germinar de las flores, mares y océanos, y algo mucho más importante: su libre albedrío, el raciocinio, el placer del amor… 

 

-Sí, sí, Günter, sabemos todo eso. Por ello, hace muchos siglos, protegimos la entrada al Bosque con nuestra pared espejo cuando sufrimos la primera invasión de estos seres abyectos. Hoy ya ni nos recuerdan. Nos llaman leyendas, cuentos… Y también sabemos que, así como algunos lo usarán bien, de hecho algunos lo obtuvieron mientras dormían sin saberlo con algunas de nuestras visitas, otros harán de ello su fuente de riqueza, su fuente de poder hacia otras personas y animales. Lo que llaman Su Mundo, no es más que un infierno para otros. Entre ellos mismos se aniquilan…, no voy a seguir porque todos sabemos ya cómo es el humano y su proceder. Ahora tienen una oportunidad para utilizar nuestra magia para el bien, aunque lo pueden usar también para el mal. ¿Y qué podemos hacer nosotras ahora? 


-Dejadnos actuar, mi Señora. Somos exploradores de los mundos. Sabemos manejarnos por todos los rincones y entre todos los seres que habitan esta  y otras tierras. Poseemos los dones de la invisibilidad, poderosa magia y mucha fuerza vital. 


<<Os proponemos mezclarnos entre ellos y recoger tanto Polvo de Hadas como podamos, para ello necesitaríamos ser portadores de vuestras probetas élficas que iremos acumulando para depositarlas en sus manos cada cierto tiempo. 


<<Las personas que no necesiten, o no merezcan los dones de su magia, serán desprovistos de ella durante el sueño. 


<<Aquellos que hagan un buen uso de ello, o lo necesiten, serán cubiertos de un soplo de aire rosado cargado de intenciones que nosotros mismos impregnaremos.


<<De paso, intentaremos encontrar a aquellos seres demoníacos que reparten dolor, mentiras, muerte y destrucción y evitaremos que usen el Polvo  aquellos a los que les ha llegado. Esperemos que no sea demasiado tarde para todo esto. Pero será mejor que no hacer nada, mi Señora. 


 

-Jamás pensé que pasaría algo así, mis queridos amigos. Pero tampoco podría haber imaginado un gesto tan generoso y valiente. Estoy, estamos realmente impresionadas y agradecidas. 


<<Adelante con vuestra misión, Olaf y Günter, hijos del Bosque. Por nuestra parte, os aseguro que no cejaremos en nuestro empeño de encontrar la causa de este desastre. Haremos una recolección masiva lo ante posible para poder cubrir aquellas necesidades que sean imprescindibles y necesarias, e intentaremos que la vida vuelva a ser igual que lo era ayer. 


<<Ahora, debemos utilizar nuestro Polvo de Hadas, el que nos queda, para curar a mis hijas que con el sufrimiento de hoy han perdido su belleza, incluso sus dones. Seguiremos siendo Las Hadas del Bosque y seguiremos acumulando los Dones del Bien. 


<<¿Por dónde empezaréis vosotros la tarea, mis queridos gnomos?  


-Viajaremos al otro lado del Gran Espejo, al mundo de los humanos, directos a algún lugar pequeño, será un punto de partida y descanso. Discreto. No una gran ciudad. Algún pueblo con un gran puente de piedra ya que nuestros traslados se producen al tocar piedras ancestrales. Viajaremos durante la noche. Realizaremos nuestro cometido y regresaremos antes del amanecer. Ocultaremos la recolección y nos convertiremos en seres inertes a ojos de nuestros cuidadores, que ya hemos elegido a conciencia.


<<Haremos una primera entrega de vuestro Polvo de Hadas a Los Elegidos, una pareja de buen corazón y que son los idóneos para cuidar nuestro descanso durante el día. 


<<Os iremos informando, mi Señora.  


-Partid, mis sabios amigos. Y, ¡feliz Misión de Vida!


Y así, Olaf y Günther, partieron hacia quién sabe qué puente lejano para comenzar su Misión. Gran Misión. Esperamos que sean capaces de hacer del mundo de los humanos un lugar mejor. 




PD: Ana y Jose, sois los primeros elegidos. Os pedimos que utilicéis correctamente vuestro Polvo de Hadas. No olvidéis poner un poco de él en vuestra muñeca y…, ¡que la Magia os acompañe!




Dedicado a Ana y Jose, quienes han querido repartir magia mediante mis gnomos, Olaf y Günther, entre sus familiares y amigos. Una compra solidaria que ayudará a muchos animales que necesitan el apoyo de todos. 


Relato escrito por: Pilar Gómez Corona

Creación gnomos: Pilar Gómez Corona. Trabajo hecho a mano. Afieltrado con aguja. 

16 de agosto de 2023

El Bosque Azul, una bruja y una ruda.




—Ha llegado bien, y se la ve feliz. 

—¿Se lo darán?

—Sí, seguro, no te preocupes. 

—Solo quiero que sepa de mi existencia y conozca a su madre.

—Y así será. Confío en ellas. Dejemos que los acontecimientos transcurran tal cual se leyó en el agua. 










Quinientos años atrás:


—No vivirá mucho tiempo —lloraba Águeda mientras contemplaba a la recién parida. Su respiración era muy débil.

—Es preciosa. No veíamos una bruja tan bonita desde hace milenios —Úrsula, por su lado, admiraba a la preciosa bebé que acababa de venir al mundo.

—Más en su contra —apostillaba Águeda—, esa belleza confirmará las sospechas de todos. 

—Nunca lo sabremos. Su madre se ha llevado el secreto con ella: Elfo. Duende. Gnomo… 

—Ember no era como nosotras. Su cuerpo siempre perteneció al bosque. Y sus amantes también.

—¿Cómo ha podido pasar esto? Nosotras no morimos en los partos. 

—A veces ha pasado, Úrsula. Cuando se mezclan las magias en las entrañas, el resultado es imprevisible. Os lo advertí. Os lo advertí… 

—¿Y qué hacemos con la niña? No podrá sobrevivir sin su madre. Ninguna otra podrá sustituirla. Hace falta mucha magia para…, espera, se me está ocurriendo algo que es posible que… ¡Riega la ruda! Y riégala bien. Nos vamos de viaje. 



—Envuélvela bien, por favor, Úrsula. 

—Eso ya está hecho. Y tú, ¿Has proclamado la impregnación como debe ser?

—Esencia  de lavanda. Polvo de luna. Hechizos de protección y buenos deseos, y el saquito con las siete piedras. Creo que no falta de nada. 

—Bien, pues en marcha. Pégatela bien al pecho. 



Agotadas tras días de caminata y  un poco asustadas, se cercioraron de que estaban  bien adentradas en la espesura del Bosque Azul. Allí, rodeadas de miles de flores, frondosos arbustos repletos de bayas y árboles tan altos que se perdían a la vista, encontraron un pequeño manantial del que brotaba un agua azul con un resplandor tal que iluminaba todo a su alrededor. 


—Mira ese hueco bajo la piedra. Ahí estará resguardada. Si tiene que sobrevivir este será su lugar de partida. 

—Águeda, date prisa; las hadas podrían aparecer y no nos está permitido estar aquí. Podrían apresarnos. Están prohibidas las  incursiones en su feudo.

—¿Y eso quién lo asegura?

—Es así. Siempre pasa. 

—Ya, ya. Siempre esto, siempre lo otro. Nunca tal y nunca cuál…, y luego pasa lo que pasa. Mira la bebé. Por cierto, ¿ha quedado leche? 

—Sí, Hay suficiente.

—Déjala cerca del agua y se mantendrá fresca. Coloca el pesebre. ¿Has traído todos los hatillos que preparamos?

—Aquí están. Hemos agotado todas las reservas de hierbas que teníamos para el verano. 

—Ya recolectaremos más. Ella las necesita más que nosotras ahora. 


Colocaron a la niña sobre el pesebre de heno fresco con mil flores bajo el hueco de una piedra que formaba una pequeña cueva. A su alrededor, y protegiendo todo su  cuerpo, fueron depositando hatillos de hierbas cuya mezcla propiciaba buenos augurios de salud y bienestar; no había un solo hechizo o encantamiento que no rodearan a la recién nacida en aquella cuna pegada al manantial de aguas azules. Entonaron cánticos intencionados y convocaron las almas de cada una de las brujas conocidas, sobre todo a la de Ember, su madre, para que el escudo mágico del amor envolviese a la brujita librándole de todo mal. 


Corría una suave brisa cuando terminaron sus rituales; debían ya partir hacia su aldea. Llegaba el momento en el que los habitantes del bosque salían para hacer sus rondas y recolecciones. La pequeña había dejado de llorar después de tomar un poco de la leche que habían llevado para ella. Dormía cuando, decididas a no mirar hacia atrás, las brujas emprendieron el regreso hacia su hogar. 


—¿Has dejado la leche, verdad?

—Sí. En la fuente, como dijiste. ¡Y deja ya de llorar!

—Ni siquiera la hemos puesto un nombre. ¿Cómo se nos ha olvidado?

—Bastante hemos hecho. 

—¿Has visto sus ojos? ¡Qué ojos! Presagian cosas buenas. 

—El destino dirá. 

—¡Ya está! Iris. Se llama Iris.


Águeda giró su cara hacia la pequeña, cerró los ojos y susurró su nombre mientras soplaba con suavidad hasta que la niña quedó cubierta por un suave aliento que proclamaba su nombre: Iris. 

 

                                                                                        ~


Pasaron quinientos años desde aquél día en el que Iris fue dejada a su suerte en el Bosque Azul. Las brujas dedicaban cánticos e intenciones y muchos momentos para recordar a Iris y desearle que hubiese tenido una buena vida. Aunque sabían que ninguna bruja sobrevivía a su madre fallecida en el parto, la esperanza de que aquel padre misterioso hubiese sentido el corazón latiente de la pequeña y la hubiese recogido se convirtió en una especie de leyenda, de cuento, de deseos para las segundas oportunidades. La magia es poderosa y creer en ella su mayor poder. 


Y un día…


—Úrsula, Úrsula, levántate. ¡Vamos!

—Déjame, por favor, me duele todo. No volveré a danzar así nunca más. ¡Ni un aquelarre más! Soy muy vieja para eso ya. ¡Y tú también! ¡Déjame dormir!

—No puedo. Está pasando algo importante. ¡Ven! —Águeda insistía y tiraba de ella.

—¡Qué no!

—¿Y si te digo que del bosque ha salido un ser tan luminoso que irradia un aura azul? Bajo sus pies van naciendo flores de colores.  Colores y aromas que nunca has podido imaginar. Arrastra una estela que parece el mismísimo arcoíris. 

—Lo que te digo. No volvemos a ningún aquelarre más. Ya no tenemos edad para beber esas pócimas que luego…

—¡¡Te digo la verdad, bruja vieja y gruñona!! ¡¡Levántate!!

—¡Ya voy! Maldita bruja loca. 


Y allí estaba. Su apariencia podría no ser muy diferente a la de las demás brujas del poblado, salvo por un aura azul y una belleza diferente. Todo se suavizaba con los colores que portaba en su vestido. Los colores del arcoíris. Y algo muy extraño. Algo que ninguna bruja había llevado nunca, porque sí, su aspecto podría ser el de una bruja, pero sus movimientos eran avisados por un pequeño cascabel que colgaba de la punta de su gorro. Algo propio de duendes y otros seres. Parecía muy joven, quizás con no más de cuatrocientos años, por eso emanaba juventud y frescura. 


La visitante estaba rodeada de otras habitantes del poblado. Brujas jóvenes, ancianas, niñas…, todas ellas parecían escuchar con atención lo que les contaba. 


—¿Quién es? —preguntaron las hermanas con curiosidad y, también, con preocupación, a la bruja más anciana de la aldea que escuchaba a distancia apoyada en su bastón.

—No lo sé. Pero esto me resulta extraño. Prefiero no saber nada más. Me vuelvo a casa. He dejado un ungüento a medio hacer. No me interesan historias del Bosque, no, no me interesan, me voy, me voy…

—Ven,  Úrsula, acerquémonos. 

—No sé si es buena idea. Siento una presión en mi pecho que…

—A mí me pasa igual. No digamos nada más hasta cerciorarnos. 


Y allí, de pie, con su escoba entre las manos y una voz que no pudieron obviar por el recuerdo que traía a sus oídos, una brujita, rodeada de flores y aroma a hiervas  contaba su historia: 


—Vengo del Bosque Azul. Allí me criaron sus habitantes. Me contaron que un día aparecí en una pequeña cueva al lado del manantial. El Hada Madre decidió que,  aunque parecía una bruja, mi aura era especial; parecía hija de la luz, una luz que habitaba entre ellos. Algo extraño, dijeron. Y entre todos me educaron. El que sobreviviera sin mi madre parece algo inaudito. Hubo momentos en los que pensaron que moriría tras llorar y llorar durante horas, días… La leche que me daban no me sentaba bien, y no encontraban una igual a la que apareció a mi lado cuando me encontraron. Cambiaban de la de unas madres a otras, pero no resultaban y yo lloraba y lloraba, hasta que, sin saber cómo, empezaron a aparecer pequeños cantaros con una leche blanquísima y dulce que, desde ese momento, me alimentó y consiguió hacerme crecer. Esa es la magia del bosque, siempre aparece lo que necesitas. Dicen que nunca más volví a llorar. Que mis ojos empezaron a iluminarse como estrellas y comencé a sonreír. A los cincuenta años comencé mi aprendizaje. Imaginad, conozco la magia de cada uno de los habitantes del bosque. Recetas, hechizos, pócimas, bizcochos, estelas cargadas de estrellas y polvos que cambian de color  y que podrían transformarte por completo si así lo deseas. El Hada Madre me visitaba por las noches y me relataba historias fantásticas mientras me dormía, historias que al despertar ya no recordaba, pero que dejaban en mí nuevos conocimientos y cambios en mi aspecto con un fin que, según me advertía, vendría en un futuro. 


>>Hace unos meses me comunicaron que debía prepararme para regresar a mi procedencia, ya que estaba claro que era hija de una bruja. Debía completar mi sabiduría con lo que vosotras, todas vosotras, me enseñéis. Llevo dos días caminando desde el punto en el que me dejaron los centauros hasta llegar aquí. 



Y siguió relatando su vida en aquel maravilloso bosque. Describió a algunos de sus habitantes, aunque no a todos, ya que a algunos no era posible definirlos, solo se les podía sentir. Contaba qué comían, cómo aprendía con lo que cada uno aportaba a los demás. Las largas jornadas de magia en las que acababa con los dedos dormidos, con la cabeza llena de cánticos que se convertían en un hechizo para tal o cual cosa. Las miles de bayas dulces y jugosas que se encontraban por todos lados con efectos para nuestra salud o para nuestro conocimiento. Las flores que se le pegaban al vestido, que fue creciendo de largo con el tiempo más y más, era un capricho de seres mágicos que se divierten haciendo travesura y ella era la favorita de todos para probar sus fantasías. Cuando comenzaron las clases de pócimas y el caldero empezó a hervir, se dieron cuenta de que Iris necesitaba los conocimientos de las brujas para completar su sabiduría. 


—Y aquí estoy. Les echaré de menos. Son mi familia y les quiero. Y aunque sé que los volveré a ver, me advirtieron que sería dentro de muchos años, cuando me convirtiese en la  bruja que estoy predestinada a ser. Solo entonces podía llegar hasta ellos de nuevo. Serás alguien único, me dijeron el día de la despedida entre risas, también llantos; bailes y vuelos sorprendentes. Si vieseis lo preciosas que son las hadas… Por cierto, ¿con quién podré vivir? 


                                                    ~


Desconcertadas con todo ese relato, se miraban unas a otras preguntándose si aquello sería del todo cierto. Conocían historias del Bosque Azul y a algunos habitantes del mismo que se acercaban a su aldea en ocasiones especiales: solsticios,  lunas de sangre y  otras circunstancias, como cuando hablaban las piedras, y confiaban en ellos,  pero ahora, ante aquella especie de bruja luminosa, no sabían muy bien qué responder ni qué debían hacer. Entonces se escuchó una voz:


—¡Con nosotras! Vivirás con nosotras.

—¿Pero qué dices? ¿Te has vuelto loca? —protestó Úrsula. 

—Yo soy Águeda, y ella es mi hermana Úrsula. Ven. Nuestra casa es muy grande y, como ves, somos ya muy ancianas, nos vendrá bien tu compañía. Nosotras te enseñaremos todo lo que necesitas saber. Bueno, nosotras y todas las demás. Deberás aprender de todas ya que cada una tiene su peculiaridad y su Don. Si te parece bien, querida… no sé cómo llamarte.

—¡Ah, perdón! Llevo mi nombre escrito en mi brazo, dicen que me lo grabaron con el aliento de una bruja. A veces pienso que me contaban lo que querían —y rieron las dos.

—Entonces te llamas…

—Iris. Me llamo Iris, La Bruja de las Segundas Oportunidades.

—Por supuesto. 


Y así, se encaminaron las tres juntas hacia la casa con forma de bizcocho y tejado de chocolate, privilegio de las más ancianas del lugar. Úrsula, apoyándose en su bastón, iba mascullando algo de lo que Iris y Águeda no se percataron ya que se iban contando sus  cosas. 


Esa noche, una vez acomodada en su habitación, en su cama con aromas a hatillos de otros tiempos y una almohada rellena con heno de mil flores, Iris durmió como si aquel fuese el sitio en el que llevaba toda su vida. 


En la cocina, Águeda se acercó a la ventana donde la ruda crecía con cada rayo de sol, con cada gota de agua; era tan grande que estaba cubriendo todas las paredes, algo bueno, ya que, cuanto más grande, mayor era el poder de las brujas de esa casa. Se colocó frente a ella y le pidió: por favor, devuélveme lo que esconden tus raíces. Gracias por guardarlo. Abrió sus manos y en ellas quedó depositado un cuaderno que decía: “Para ella, de sus padres”.



Dedicatoria: Para Laura. Para tu segunda oportunidad. Para todas las que vengan detrás. Para tu felicidad. 

Con todo mi cariño y amor verdadero.






Autora:Pilar Gómez Corona.

Imagen: Bruja de lana afieltrada creada por Pilar GC