25 de junio de 2010

Pedro






Un tazón de leche caliente, con pan migao, tomado con calma, con deleite. Así comienza el día Pedro, el de la Mari. Después, un aseo minucioso con agua fresca, por partes, como acostumbraba hacer en el barco durante aquellas largas jornadas de pesca. Se viste con su camisa azul y su pantalón gris; se aprieta el cinturón al que ha tenido que añadir un agujero más y, tempranito, sale a dar su paseo por las tranquilas calles del pueblo que le vio nacer hace ochenta años.

Carboneras huele a mar, a ese mar que lo sujeta y baña sus playas. El sol asoma en el horizonte hundiendo sus rayos en las aguas cálidas y cristalinas que en unas pocas horas harán las delicias de turistas y vecinos mientras ribetean la arena con sombrillas y toallas de colores.

 El verano trae bullicio a sus calles, pero también risas y abrazos, esos de los hijos que visitan a sus padres; de los amigos que se reencuentran. El que regresa. El que descubre. 

Hubo un tiempo en que por sus playas pasearon camellos y hombres con turbante que resultaron ser actores de Hollywood. Paisajes privilegiados para recrear otras tierras, otras batallas y otras épocas. Y aunque Pedro prefiere recordar las tomateras que sembraban la montaña, o el sabor dulce de los higos chumbos recién  robados, aquello de Laurence de Arabia, fue grandioso y dejó huella.  

Pedro cruza el parque hacia el Castillo de San Andrés. Hoy ha decidido visitar a su amigo Antonio que no anda muy bien; aunque Antonio lleva tanto tiempo quejándose que ya no se sabe cuándo es el reuma o la desidia. Ya de niño eras un llorón, le dice Pedro al verle sentado a la puerta de casa con cara de pocos amigos. Con su habitual parsimonia, cada uno se lía un cigarrillo, el primero del día, ¡ay si mi Mari me viese!, pensaba Pedro mientras humedecía el fino borde del papel de fumar; y es que ella siempre prefirió otro aroma, ya que echas humo, que sea dulce, le decía. Y Pedro sonreía al acordarse, con cada chasquido que prendía la mecha.

En los recuerdos de Pedro habitan las muchas sonrisas de Mari al verle llegar al puerto donde esperaba su regreso a la puesta de sol, junto con las esposas de los tripulantes de “La Marina”; aquella sonrisa serena, el beso en la mejilla, el olor de su pelo… 

Para Pedro, atrás quedaron ya esos tiempos de lucha en la mar, cuando se vivía a razón de una buena captura, cuando la faena del día significaba el alimento y la manutención de la familia. Las largas jornadas entre el cielo y el mar con sus compañeros de trabajo: Pepe, Juan, Blas el tuerto, a quien un golpe de mar arrebató un ojo. Buenos hombres que eran su familia, todos eran uno, dentro y fuera del barco. El bueno de Sebastián, el patrón, orgulloso al presentar un buen número de atunes en la lonja; el comienzo del rítmico canturreo de la subasta, frenético en ocasiones y que aún resuena en su memoria.  Buenos tiempos al fin y al cabo. Porque, Pedro, nuestro marinero, ha tenido suerte en la vida, la mar lo ha tratado con cariño y eso es de agradecer, sí señor, es de agradecer.

—¿Qué, cómo estás?
—Tirando, que no es poco. 
—Pues despacico, que hoy apretará el calor. 
—Con Dios, Juana, con Dios.

Juana, Luis, Simón, Antonio… vecinos de la misma calle donde jugaban cuando chicos, igual que su Mari. Siempre fueron de la misma pandilla, hasta que ella cumplió los doce y sus padres decidieron que se ocupara de otras cosas; eran muchas las tareas en casa: seis hermanos, la abuela Catalina y su mala cabeza… 

Entre ellos siempre hubo algo especial y Pedro decidió, ya entonces, que sería la madre de sus hijos. Y así fue. Al regresar del servicio militar, habló con sus padres, quienes ya le querían como a un hijo, y ella aceptó un largo noviazgo que pasearon por las calles del pueblo, bien a la vista de todos. Don Ángel, el párroco, les instigaba de vez en cuando para que dejasen los paseos y colgasen las amonestaciones, aquí hacen falta niños, y ya tenéis edad. Iré a hablar con tus padres, Mari. Y a ella se le encarnaba el rostro, miraba de reojo a su novio que agachaba la cabeza y ladeaba la boca satisfecho por el empujón, que ya tenía ganas de abrazarla a solas, de despertar con ella cada mañana, de compartir la vida; y sí, también de esos niños corriendo a su alrededor.

Casarse, tener los hijos que Dios les diese y ocuparse de su hogar. Eso y esperar cada tarde el regreso de su marido. Mari, nunca quiso otra cosa. Quería a Pedro, ese hombre tranquilo, trabajador y bien anclado en el pueblo sin miras de emigrar como hacían otros muchos por aquel entonces, unos por necesidad, otros por aventura. 

Se casaron en la Iglesia de San Antonio una primavera, a la que sucedieron otras cincuenta y alguna más. Fueron bendecidos con cuatro hijos, todos varones, y a cada uno le dieron la mejor educación de la que fueron capaces. Y fueron felices, a pesar de una humildad casi excesiva a la que vencieron con  trabajo y un amor discreto y profundo.

Ahora, a sus muchos años, Pedro se alimenta de estos recuerdos mientras pasea su cuerpo, ya cansado, por el puerto, saludando, observando a aquellos que ahora faenan en los barcos y, como antaño, luchan por sobrevivir, eso no  ha cambiado; las cosas se han modernizado, sí, pero el trabajo sigue siendo el mismo, como la mar que sigue dando y quitando… Porque algunas almas se ha llevado, la muy… Pero es la vida del marinero, y no hay más.

Mari también se fue, se la llevó la vejez. Los hijos partieron a otros pueblos con más oportunidades, aunque cada verano vuelven: ya se sabe, la tierra de uno tira, y la familia, los amigos. Algún arreglillo en la casita de Pedro siempre hay que hacer; el salitre todo se lo come y de eso se encargan ellos. De eso y de mostrar a su padre que las cosas se han hecho bien, porque Pedro está muy orgulloso de sus hijos y espera la llegada de las vacaciones, a los nietos, con esa alegría que traen los niños y la juventud.

Y así pasan los días, entre el vivir recordando y el vivir esperando. Y aunque en aparente soledad, no se siente solo, está en su pueblo, con sus vecinos de toda la vida, con su mar siempre delante y ese sonido cadencioso que acompaña sus sueños. Y, por supuesto, tiene a su Mari en el corazón, con esa dulce sonrisa que cada noche le regala, al cerrar los ojos.

Hoy, Pedro se decide a pasear por la playa, quiere ver cómo va el bote de Simón, si ya terminó de pintarlo, si ya le puso nombre. El mozo andaba dudando, que si Dolores, que si La Lola o La traviesa… “Nómbrala como te diga el corazón, muchacho. Es tu vida lo que llevas en esa barca”, así le decía hace unas semanas cuando Simón comenzó a darle vueltas al asunto.

Hoy, Pedro se siente especialmente nostálgico y muy fatigado. Hoy no liará uno de sus cigarrillos, sacará su pipa, esa que tanto le gustaba a Mari, "¡qué perfume tan dulce!", decía, cada vez que el tabaco humeaba. Porque hoy no es un día cualquiera. Hoy necesita estar muy cerca del mar, hundir sus manos en él. 

Hoy, siente que el faro de su vida se apaga, que debe despedirse. 


© Pilar G. C.

Relato incluído en el libro: Donde el Mar se hace carbón. 

3 comentarios:

  1. Uno de tus relatos más evocadores, se nota que estabas a gustico en la playa. Este es uno de los que te propuse para el concurso ese, aunque al final escogiste otro, bueno, así lo disfruta más gente por aquí.

    ;-)

    P. D.: al final veo que no has encontrado la opción de que los links abran pestaña nueva (blank), yo es que no sé si en estos blogs se puede, porque en el de mi hermano pasa igual, y el suyo está súper recargado y tarda en cargar, el tuyo como es ligerito, no.

    P. D.2: ¿has pensado en poner imágenes a los textos?

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  2. Este relato es especial para mí. Es cierto que estaba muy agustito en la playa, pero sobre todo porque me inspira mucho el mar y los entrañables abuelitos que pasean por el puerto charlando con los marineros. Muchos de ellos lo fueron en otro tiempo. Así nació "Pedro".

    Es cierto que este relato era uno de los candidatos al Concurso, pero al final me decidí por los otros, aún no sé muy bien el porqué, pero ya está hecho.

    He dado muchas vuelta a lo de las pestañas individuales para cada link, pero de momento no he averiguado cómo hacerlo. Seguiré mirando, a ver si alguien me echa una manita.

    Lo de las imágenes... pues me encanta la idea. Gracias por al sugerencia y muuuchas gracias por tu comentario.

    Un besito.

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  3. Javi, te he hecho caso con lo de las fotitos. ¡Me encanta! ;)

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