28 de abril de 2012

Las guerras de Elena, de Marta Querol.


Eran cerca de las dos de la madrugada cuando mi iPad… ¡se apagó! Se había agotado la batería. No me podía creer que en ese momento, precísamente en ese instante en que “Ella” daba una profunda calada a su cigarrillo mientras “Ellos” preguntaban por “Él” y la tensión me envolvía tanto que estaba a punto de responder yo misma a su intencionado interrogatorio, la pantalla se quedara en negro y yo, durante un instante, sin respiración. Pero claro, esto es lo lógico cuando lees una novela de Marta Querol.

¿Qué es lo que hace que una lectura nos llegue más o menos que otra? Supongo que habrá tantos motivos como lectores en el planeta. Lo mismo por lo que unos eligen de la carta de su restaurante favorito los spaghetti carbonara y otros el chuletón de Ávila. Cada cual es cada cual. Incluso en un mismo lector se dan circunstancias distintas según el momento, la edad… En mi lista de libros se puede encontrar de todo, lo mismo que en mi lista de películas favoritas. Creo que necesito que tanto lo que leo como lo que me muestra una pantalla de cine o televisión me llegue, me toque los sentidos, me estimule a ser posible tanto física como psíquicamente. Y si hay alguien que consigue esto al cien por cien es la autora de El final del Ave Fénix y Las guerras de Elena, novela que hace dos noches me dejó sin aire y que al día siguiente me tuvo pegada a mi pantallita sin parar de leer, hasta que acabé con un verdadero nudo en el estómago, feliz y preguntándome: ¿Esto es una trilogía, verdad?  O sea, me queda otro libro ¿verdad? ¡Porque esto no se ha acabado aquí! Necesito más de Elena y de Lucía, y sobre todo, quiero volver a sentir todo ese abanico de sensaciones que disfruto con cada capítulo de las historias que Marta nos cuenta.

No soy crítica literaria, por lo que no voy a entrar en tecnicismos ni en analíticas de estilo, etcétera, etcétera, pero es muy fácil comprender y comprobar el buen hacer de la escritora al ver su número de descargas en Amazon y las reseñas ya publicadas sobre su magnífico trabajo, cuando hace tan solo diez días que Las guerras de Elena apareció en nuestros dispositivos para poder ser leída.

El lenguaje es una de las armas que más me atraen de Las guerras de Elena, me sucedió lo mismo con El final del Ave Fénix: Fresco, comprensible, amplio, con mucha chispa y cargado de expresiones que muchos recordamos de nuestras madres y que, aún, empleamos nosotros mismos en nuestra vida cotidiana. La mezcla de cercanía y corrección de esta forma de escribir hace que las escenas, conversaciones y descripciones nos lleguen con una nitidez absoluta y cargadas de realismo.

Marta no solo cuenta una historia, nos la inyecta en vena. Sus personajes se pasean por nuestro salón o nuestra cocina mientras sus diálogos o situaciones nos erizan el vello. He sentido emoción, miedo, rabia, dolor, la sensualidad de algunas escenas es tan vívida como el “odio” que puedes sentir por algunos personajes o el afecto que nos despiertan otros. No voy a desvelar nada sobre la historia de Elena y sus guerras, creo que lo justo es que os permita sentir y vivirlo como lo he hecho yo, pero os puedo asegurar que vais a encontrar personajes con los que no podréis con la vida, o a los que achucharíais sin remedio. Todo es posible en el mundo de la escritora Marta Querol, todo.

Las guerras de Elena es un libro intenso, humano, emotivo, duro y sensible a la vez, con mucha fuerza y cargado de sentimientos. Yo lo recomiendo con el corazón y con la alegría que me proporciona compartir algo que me ha hecho feliz durante los nueve días que he disfrutado leyéndolo. Eso sí, aunque, como bien dice la autora, los libros se pueden leer de forma independiente, si queréis completar vuestra felicidad lectora, leer ambos libros El final del Ave Fénix y Las guerras de Elena. Yo lo llevaría hasta el cine. Historias así son dignas de ser lanzadas al mundo.

Felicidades de nuevo, Marta.


5 de marzo de 2012

Cuando encontré a mi Príncipe azul.


1979: Cae la primera nevada en el Sahara. La Madre Teresa de Calcuta recibe el Nobel de la paz. Llega a España la primera Barbie. Michael Ende escribe La historia interminable. La ONU proclama 1979, el Año Internacional del Niño…

Septiembre: Encontré a mi Príncipe azul.

Fue un sábado soleado y veraniego. Yo tenía diecisiete años. Esa mañana preparé a mis hermanos y nos encaminamos los tres hacia casa de mis tíos maternos que vivían en un pueblo a las afueras de Madrid. Recogimos a mi madre por el camino después de que ella saliese de trabajar. Mis padres se habían separado hacía un año y mi vida no era la de una adolescente al uso. Demasiadas responsabilidades, tareas, sueños rotos, tristeza, dudas, incertidumbre…

Después de comer recibí la llamada de una amiga a la que me habían presentado hacía unas semanas para que me animase a salir más a menudo. Mi situación familiar me había alejado de salidas y paseos. Me propuso pasar una tarde de sábado con baile, chicos, risas…, cosas de la edad. No acepté. Estaba lejos, en familia y no tenía muchas ganas. Pero…

¿Cómo que no vas a salir? protestó mi tía. Vamos niña, ahora mismo te arreglas un poquito y te marchas con los de tu edad.

Pero tía, si no me apetece, además estoy lejos y…

Venga, venga, no se hable más. Tu tío te acompaña a la camioneta que te dejará en Madrid en menos que canta un gallo. Ven conmigo.

Y me llevó al baño, sacó un montón de maquillajes, barras de labios, coloretes… ¡Dios mío, pero si yo aún no usaba nada de eso! Me cepilló el pelo y me dejó allí para que terminase de hacer no sé qué con toda aquella paleta de colores. Me miré en el espejo con cara de circunstancia. Vestía vaqueros y una camisa blanca con rayitas azules, bueno, tampoco estaba tan mal así. Me puse un poco de ese maravilloso perfume que me habían puesto en la mano y luego pasé un buen rato intentando quitármelo. ¡Lista!

Mi tío me acompañó al autobús, me dio dinero, me aconsejó que tuviese cuidado y un beso de despedida. 

Me esperaba el futuro, mi futuro.

Al cabo de una hora y media, más o menos, llegué al lugar de la cita. Recuerdo aquella discoteca repleta de jóvenes y no tan jóvenes, la música alta y bailona, y a mi amiga Loli con sus inmensos ojos azules corriendo hacia mí. Ven, corre, me dijo nerviosa y me llevó a toda prisa hacia un lado de la disco donde había visto a un grupo de chicos “mayores” que llamaron especialmente su atención. Se colocó en el lugar correcto para extender su tela de araña. Yo no participaba en sus juegos de seducción, aunque reconozco que me divertían muchísimo. Y funcionó. El grupo se fijó en ella, yo me sentía invisible, nos invitaron a tomar algo con ellos, típico, charlamos y mantuve el tipo como pude. Pasado un rato me cansé y fui a mi aire, ella me siguió algo molesta aunque con una idea fija: Él.

Aunque eran algo mayores para ella, no digamos para mí, se había fijado en el más joven del grupo, justo con el que yo había cruzado algunas palabras durante un par de minutos. Era un chico guapo, alto, moreno. Vestía pantalón vaquero y camisa a cuadritos. Más serio que el resto de chicos que le acompañaba.  Para Loli era el más “mono” de todos y, aunque no habían cruzado palabra, se propuso llegar a él, para lo que comenzó de nuevo con su ritual arácnido. Pero en esta ocasión no funcionó, al menos no para ella. El chico guapo se acercó a nosotras, extendió la mano y me dijo: ¿Bailas?, a lo que respondí que sí. ¿Qué por qué accedí a su petición? Pues no lo sé, pero recuerdo que la situación fue muy divertida, nos reímos los dos mientras comenzamos a bailar una de aquellas canciones agarraditas de entonces y ese hecho ocasionó que mi amiga casi dejase de hablarme y que dos años más tarde yo me vistiese de novia para decir otro SÍ, el que más alegrías me ha dado en toda mi vida.

Cada mañana desde entonces he dado gracias por aquel sábado de discoteca en el que Manolo, anotó su número de teléfono en un paquete de Marlboro “por si me apetecía quedar con él”, más chulo que un ocho mi chico. Pasaron quince días hasta que me decidí a llamar. Ring, ring. ¡Diga! Hola, soy Pilar… ¡Y se hizo la luz!

Amor:

Fuiste mi mejor amigo, sigues siéndolo. Necesitaba tu serenidad, aún la necesito. Me gustaba tu madurez, y me sigue gustando aunque a mí me cueste tanto madurar. Eres mi refugio, mi seguridad. Eres mi amor. Lo eres todo. ¿Cursi? Ayss, soy una romántica, que le vamos a hacer. Pero también sabes que es cierto.

Treinta años de convivencia dan para mucho, ¿verdad, chato? Cuántas cosas hemos vivido juntos. ¡Lo hemos pasado tan bien! Te quiero un montón y lo sabes. No entiendo mi vida sin ti y esto también lo sabes. Eres la mejor persona que conozco, mi compañero perfecto y un padre maravilloso, tus hijos te adoran y es lo que te mereces. Lo que tengo a tu lado es lo mejor y me sobra todo lo demás. Y además ¡sigues estando buenísimo!

Hoy es nuestro aniversario. Hoy hace treinta años. ¡Mamma mía! ¿Crees que podríamos seguir bailando otros treinta más? Yo me apunto. No conozco una forma mejor de pasar el resto de mi vida.

 Feliz aniversario, mi amor.