FARO
“A pesar de que el sol
se ha ido, tengo una luz”.
Kurt Cobain
…Y con aquel beso de
amor la princesa despertó, rompiendo el hechizo de la malvada bruja. Los siete
enanitos…
—Espera, espera
abuelito. ¿Un beso de amor despertó a la chica?
—Sí, eso dice el cuento.
¿No te gusta?
—No mucho.
—Pero, ¿no te gusta la
magia o no te gusta el cuento?
—No creo en la magia,
abuelito. Es para niños pequeños.
—Ya veo. Y te comprendo,
de verdad. Los cuentos como éste son bonitos, pero…Has demostrado se “mayor”
para chiquilladas, deberías conocer otras historias.
—¿Sin magia?
—Nada de magia; pero
imagina seres mitológicos que habitaron estas tierras hace muchos, muchos años…
—¿Seres mi… mi…?
—Mitológicos. Colosos.
Dioses del Olimpo. Grandes batallas entre el cielo y el mar que hicieron temblar
a la mismísima Madre Tierra, algunas de ellas provocadas por los vientos.
—¡Vaaaya! ¿Es que los
vientos eran malos, abuelito?
—Eso dependía de lo que
su guardián les ordenara. Déjame que te cuente el origen de una de las figuras
más importantes del mundo para la vida de muchas personas.
<< En una época muy
lejana, en la que los mortales vivían a merced del capricho de los dioses,
adentrarse en la mar era, en ocasiones, como jugar con barquitos de papel.
El gran Eolo, hijo de
Hípotes, mantenía cautivos bajo su gobierno y absoluto control a los dioses de
los vientos. Requerido por otros dioses o, la mayoría de las veces, por su
propio capricho, era capaz de provocar grandes tempestades liberando a los
vientos que lanzaba contra el gran Poseidón, dios de los mares. Éste, desde las
profundidades marinas, recogía el reto y, alzando el tridente, lanzaba todo su
poder contra ellos.
Agitaba las aguas de tal
manera que se encrespaban formando olas gigantescas, olas que podían engullir
grandes embarcaciones, por muy robustas que fuesen.
Pero, he aquí que,
arriba, en la meseta llamada de Mesa Roldán, habitaba un ser sin parangón
conocido como “El Cíclope”>>
—¿Cíclope? Lo vi en una
peli. ¡Era un monstruo!
—¿Eso crees? Escucha con
atención y juzga tú mismo después.
<< Nuestro coloso
medía más de diez metros de altura y era poseedor de una fuerza tal, que podía
aplastar veinte hombres con la punta de sus dedos. A diferencia de cualquier
otro ser conocido, tenía un solo ojo en medio de la frente. Sí, podría parecer
un ser monstruoso, sin embargo, nada tenía que ver esta imagen con su pureza de
corazón, algo también excepcional. Arriba, en la meseta, encontró la
tranquilidad que no hallaba en otros lugares donde era rechazado o perseguido
por su aspecto. Evitaba hacer frente a tal acoso, por ello buscó un lugar
solitario. Quería vivir en paz.
Se acostumbró a una vida
tranquila. Los humanos de esta tierra le respetaban y nadie osaba molestarle.
Él, se procuraba alimento con la caza y la pesca, pero siempre respetando la
naturaleza que le rodeaba, conocedor de la importancia que animales y plantas
tenían para la vida de todos los seres que compartían ese hábitat.
Amaba el mar. Sentía que
formaba parte de él y de su entorno; un trocito de mundo que se empeñaba en
proteger. Quizás por eso, y por el aprecio que ya sentía por los mortales que
habitaban cerca de la meseta, tanto de día como de noche oteaba el horizonte en
busca de navegantes perdidos o marineros en apuros. Los hombres conocían su
dedicación y por ello estaban muy agradecidos al Cíclope. Todos asentían
complacidos al ver su impresionante imagen en lo alto del acantilado.
Cuando nuestro coloso
presenciaba los juegos entre Eolo y Poseidón, anclaba sus pies en la tierra,
erguía su fornido cuerpo en el mismo borde de la meseta y abría su gran ojo en
busca de posibles víctimas de aquella sinrazón. Al caer la noche, desde su
retina proyectaba un potente rayo de luz que iluminaba el mar embravecido y así
señalaba el camino a aquellos que necesitaran una guía para alcanzar su
destino. A pesar de sus esfuerzos, observaba con horror cómo algunas
embarcaciones se hundían zarandeadas por las inmensas olas que Poseidón lanzaba
contra su rival.
El gran Cíclope sufría y
hay quien dice que, incluso, lloraba vertiendo sus lágrimas como lluvia sobre
las aguas. Enardecido por la rabia, golpeaba el suelo con su enorme puño de tal
manera que hacía temblar la tierra. “¡Basta ya, insensatos”!, repetía sin cesar
hasta que era escuchado por los caprichosos contendientes. El mismo Zeus, dios
de dioses, conmovido por el esfuerzo del bondadoso Cíclope y harto de aquellos
juegos que perturbaban su calma, lanzaba rayos y truenos exigiendo el fin de la
contienda.
Y fue Zeus, quien dio
nombre al coloso. Los llamó FARO. Y exigió respeto hacia él. Y su cometido fue
elevado como divino ante el Olimpo. Y de su propia carne creó otros muchos
iguales a él, que repartió a lo
largo y ancho de los mares y océanos del mundo.
Durante cientos de años
fueron la luz en medio de la oscuridad. Pero FARO se hizo viejo. Su ojo, ya
cansado, emitía destellos débiles e insuficientes.
Para paliar esta
carencia, construyó una pequeña torre en la que mantenía un fuego encendido de
día y de noche. Así al menos, desde la distancia, podrían encontrar la referencia
de la costa. Pero eso no bastaba.
La humanidad necesitaba
a FARO, y de esta necesidad surgieron voces que reclamaron la seguridad vivida
hasta ese momento: “Ayudémosle. Construyamos una torre tan alta como él.
Colocaremos una potente linterna que podrá mantener encendida. Será su retina.
Será nuestra luz”.
Hablaron con el gigante
y le presentaron su propuesta. Éste, aceptó de inmediato. Y entre todos
construyeron la gran torre que señalaría ese punto de salvación, por siempre
jamás.
Cuando el gran FARO
ascendió para siempre al Olimpo, fue sustituido por una importante figura: el
Farero. Ellos son, desde entonces, los guardianes de los mares. Ellos lanzan
los destellos de luz que tantos hombres necesitan para alcanzar su destino.
Ellos son nuestro Coloso>>.
Fin
—¿¡Fin!? ¿Y qué pasó con
Eolo, los vientos y Poseidón?
—Bueno, siguieron con
sus juegos, siguen en ello, aunque desde algún lugar FARO les vigila y frena sus desmanes; y aquí, en
la Tierra, tenemos a nuestros fareros.
—¿Y tú cómo sabes todo esto?
¿Cómo sabes que es verdad?
—Porque en el faro hay
muchos libros en los que todo está escrito: cada viento, cada tempestad, cada
detalle. Todo está contado en el diario del faro, día a día, mes a mes, años
tras año. Te sorprenderías de las historias que allí se atesoran.
—Llévame al faro,
abuelito. Quiero… quiero ver el faro, y al farero, y tocar el ojo, y el libro,
y…
—Tranquilo, pequeño,
tranquilo. Verás todo eso y mucho más. Ahora has descubierto la verdadera
magia.
Relato: ©Pilar Gómez Corona
Ilustración: Mario Ruiz Gómez
Ambos incluídos en el libro Lo demás es oscuridad.