27 de agosto de 2010

Viento de Levante.


Mira que te lo avisé. ¡Cuidado con la mar, cuidado con la mar! Pero no, vosotros los jóvenes no atendéis a razones. ¿Crees que después de tantos años bregando en estas aguas no sé lo que digo? No se puede jugar en un día de levante. ¿Y ahora qué? Espero que hayas aprendido la lección. ¿Recuerdas el naufragio del año pasado? Fue espantoso. Esos cuerpos flotando en el agua, o en la arena de la playa, algunos descalabrados como aquel viejo que llevaba una foto pegada al pecho. Seguro que intuyó su destino con el primer golpe de mar y quiso llevarse consigo el recuerdo de esos niños, sus nietos tal vez. ¡Qué horror! Nunca olvidaré a esas mujeres llorando, gritando, abrazando los cuerpos de sus hijos y maridos. Y éstas tuvieron suerte de poder darles el último abrazo, porque aún hay quien sigue esperando que la mar vomite lo que se tragó entonces. María nunca se recuperó de su pérdida. Diecinueve años tenía su Julián cuando se lo llevó aquella tormenta.

Y llegas tú, mi joven e inexperto marinero, como si todo eso hubiese sido en vano, y te vas a estrenar tu barquita recién pintada para impresionar a tus amigos. ¡Qué estupidez! ¿Has visto cómo has dejado el bote? Mírale, ahí, abandonado, cubierto de algas y tiñendo de colores el agua que lo rodea. Esto es algo que no entiendo muy bien. Nunca había visto esa espuma tan extraña, pero es bonita, sí, es como un cuadro multicolor firmado por uno de esos pintores modernos. Pero no te preocupes, yo seguiré aquí, vigilando que nadie se lo lleve. En cualquier momento aparecerás nadando entre ese arcoíris marino y arreglaremos todo este desaguisado. Pero date prisa, porque hay quien se empeña en convencerme de que no volverás. ¡Qué ignorantes! No saben que entre el mar, tú y yo, hay un pacto. No, no te quedarás ahí para siempre, él me devolverá lo que es mío, aunque tenga que seguir esperando otros veinte años más. Seguro que tienes muchas aventuras que contarme. Ya serás un hombre y, hasta puede que no vengas solo, puede que te acompañen dos o tres criaturas, hijas de una sirena que te acogió entre sus brazos y conquistó tu corazón, sí, por eso tardas tanto en regresar a mí.



—Abuelo, ¿qué haces aquí otra vez?

—Esperando.

—Pues ya has esperado bastante.  Venga, vamos a casa.

—Mi hijo me necesitará aquí cuando salga del agua.

—Sí, abuelo, sí. Pero hoy ya se ha hecho tarde.

—¿Has visto qué bonita está el agua con esa espuma de colores?

—¿Colores? Abuelo, son las olas del levante, y te vas a mojar.

—El levante, claro, otra vez el levante…

No hay comentarios:

Publicar un comentario