20 de enero de 2011

Desayuno con tostadas... y algo más.


—Buenos días, Olga. ¿Qué tal has dormido?

—Buenos días. Pues ha sido una noche movidita.

—Sí, estuvo muy bien.

—No, no me refiero a eso.

—¿Entonces?

—He tenido un sueño muy especial, y lo mejor de todo es que aún me acuerdo.
—¿Se puede contar?

—Claro, pero no sin un café delante.

—Venga, lo voy preparando. Tú comienza a soltar por esa boquita.

—¿Te preocupan mis sueños?

—Me preocupa cualquier cosa que invada tus pensamientos y no sea yo.

—No empecemos con tus celos, Ricardito. Anda, prepara también tostadas.

—Sí, mi aaama.

—¿Recuerdas el documental que vimos anoche?

—¿Documental?

—Sí, hombre. Ese sobre la primera máquina voladora, el Wright Flyer.

—¡Ah! Es cierto, ahora me acuerdo.

—Pues debió afectarme mucho, porque me he pasado la noche volando.

—¡Qué faena! Con el miedo que te dan los aviones…

—Cierto, solo que no volaba en ningún avión. Pásame la mermelada.

—Esto se pone interesante. Cuenta, cuenta.

—Paseaba por la calle. Era de noche. Hacía mucho calor y te aseguro que sentía ese calor de verdad.

—Ya te dije que el edredón nórdico era demasiado para este tiempo, y…

—¿Me dejas continuar?

—¡Ah, sí! Sigue.

 —En un momento dado me asusté, alguien me perseguía y comencé…, no, mejor dicho, intenté correr. ¿Sabes esa sensación de querer escapar y no poder hacerlo? Me ha pasado en algún otro sueño, quieres correr y no puedes. Me sentía muy angustiada. Tropecé con una alcantarilla que tenía la tapa levantada y caí de bruces. Tenía mucho miedo, mucho, porque escuchaba unos pasos cada vez más cerca. Me levanté y volví a hacer el esfuerzo de mover las piernas deprisa, pero me trastabillaba continuamente. Cuando la situación era casi insoportable y estaba a punto de gritar, conseguí salir de allí a la carrera. Mi cuerpo respondía por fin. Corría y corría. Y entonces pasó. Sin ningún esfuerzo y sin pretenderlo, comencé a elevarme del suelo. Al darme cuenta de ello empecé a mover los brazos como si fuesen alas. ¡Estaba volando!

—¡Qué fuerte! ¿Y qué tal se te da volar?

—¡Calla, besugo! Déjame seguir no sea que se me olvide.

—Perdón, perdón. Continúa.

—Lo mejor de todo era la sensación de dominar el vuelo. Era muy fácil y estaba cómoda, como si fuese algo natural en mí . Me alejaba del peligro y ascendía cada vez más. Ya sé que parece un tópico, pero me sentía libre, feliz, y hasta poderosa. ¡Ah!, ¿y sabes? Estaba desnuda.

—Joer, bonita, ya te vale. ¿Tenías que estar desnuda? No tiene sentido.

—Vamos a ver. ¡Que es un sueño! Yo qué culpa tengo de ello, no lo he provocado. ¡Y no empecemos con tus cosas! ¿Me dejas seguir o no?

—¡Vaya! Cómo nos hemos levantado esta mañana. Pero sigue, ahora sí que no quiero perder detalle.

—Como te decía, iba desnuda, y me sentía bien, sin vergüenza, aunque sorprendida.

—No, si tú, vergüenza poca… Vale, me callo.

—Sé que no tiene mucha lógica, claro que estaba soñando, pero cuando comenzó el sueño era de noche, y mientras volaba era de día. Había mucha luz, un sol radiante, lo que me permitía ver todo con mucho detalle.

››El aire no me ofrecía ninguna resistencia, al contrario, me envolvía con una suave caricia por todo el cuerpo. Una sensación placentera, fresca y estimulante. ¡Qué gozada! Planeaba a gran velocidad mientras daba volteretas  a mi capricho. Era algo tan real que aún puedo sentirla. Ahora sé lo que es volar, porque lo he vivido.  

››No sé cuantificar el tiempo en mi sueño, pero la sensación es de haber estado mucho rato disfrutando. Después empezó el espectáculo visual. Desconozco dónde estaba. Al principio eran edificios, pero todo cambió casi de forma repentina y apareció un río. Serpenteaba entre un bosque muy verde y denso, para después abrirse y dar paso a un castillo fastuoso con preciosos jardines. Después, el río continuaba su curso y se ensanchaba. Un pescador movía el sedal de su caña y hacía dibujos en el aire, como en aquella película. ¡Madre mía! Si hasta podía ver el cebo en el anzuelo.

—Ya, y seguro que él también podía verte a ti el…

—¡Bueno, vale ya! No te cuento más.

—¿Cuánta gente más te ha visto volar desnuda cual águila perdicera?

—Tú estás fatal, chico.

—Sí, sí, yo estaré fatal, pero no me voy paseando en bolas por ahí.

—¿Tomas algo que yo no sepa? Porque creo que no te has enterado de que estaba dormida.

—¿Y dónde estaba yo en ese sueño? Porque al menos me podías haber incluido, así podría haberte visto de esa guisa.

—Pues mira, sí estabas. Pero como no quieres escuchar más…

—¡Eh, eh!, alto ahí. Cuéntame esa parte, quiero conocer mi papel en tu aventura nocturna.

—Verás. Después de sobrevolar idílicos paisajes, con verdes praderas plagadas por miles de flores, o por mares, océanos y montañas nevadas, aparecí en un lugar muy diferente: Un entramado de callejuelas oscuras, sucias y malolientes…

—¡Vaya por Dios! A mí me ha tocado la parte asquerosa.

—¡CALLA!

››En ese entramado de callejuelas oscuras, sucias y malolientes, finalizó mi vuelo. Descendí igual que subí, sin esfuerzo, sin provocarlo. Aterricé de pie sin mayor problema y, como al principio, me encontraba de noche y en ese lugar nada agradable.

—Ya estarías vestida, supongo.

— Sigo, a pesar de tus sandeces, porque te gustará.

››Comencé a caminar, ¡vestida!, por aquellas calles estrechas, hasta que un sonido llamó mi atención. Me detuve ante un portón entreabierto. Empujé y miré hacia el interior. Me adentré en un zaguán oscuro. Del fondo salía aquel sonido que había escuchado un momento antes. Era como si alguien estuviese cortando madera con un serrucho, incluso olía como las carpinterías. Pero no veía serrín, tablones ni cualquier objeto típico de un taller de esa clase. Sin embargo, allí seguía ese ras, ras… ras, ras… Y de seguido, un golpe seco, como si algo hubiese caído al suelo. Seguí andando muy despacio intentando localizar la procedencia de aquello que escuchaba, hasta que di con ello. Y… de verdad, cariño, no te imaginas lo que vi. No sé si continuar, mejor lo dejo aquí.

Noooo, por favor, sigue. Dime qué viste sin perder detalle.

—Está bien, pero, no sé si es buena idea.

››Una luz tenue iluminaba una pequeña estancia. Había un buen número de palmatorias repartidas por todos lados, algunas con velas encendidas. Sus llamitas titilaban de tal manera que, de forma intermitente, proyectaban pequeñas sombras. Y allí, sobre una mesa, se encontraba el origen de esa cantinela, ¿recuerdas?, ras, ras… ras, ras. Había un hombre de pie e inclinado sobre dicha mesa. Era él quien hacía trabajar el serrucho, que por cierto, era enorme. Con gran esfuerzo subía y bajaba su brazo mientras cortaba algo que debía de ser muy duro, por cómo resoplaba con cada movimiento. Yo no podía ver bien lo que aserraba, y me fui acercando poco a poco. Tenía que verlo todo. Cuando ya casi estaba a su lado… No..., no puedo seguir.

—¡QUÉ, QUÉ!

—Pues que… vi, con todo detalle, como caía un brazo, sí, ¡un brazo!

—¿Un brazo? Pero por todos los santos, ¡esto es una pesadilla!

—Aún hay más.

››Me tapé la boca para ahogar un grito, estaba espantada, como puedes imaginar. Me aproximé lo suficiente para ver el cuerpo que estaba despedazando. Era el de un joven y… estaba desnudo. Le faltaban las piernas y los brazos, y lo que quedaba… Imagínatelo. Había sangre por todos lados.  El malvado descuartizador se estaba preparando para seguir con el despiece. Colocó lo que quedaba de aquel pobre ser para maniobrar mejor su herramienta y… ¡Ay, Dios mío! No sé si podré contarte esto sin vomitar. Como te digo, puso el serrucho sobre el cuello de ese pobre muchacho, y empezó a moverlo con tal saña que de un solo tajo abrió toda su carne. ¡Fue horrible!

—¡Por favor, qué asco!

—Espera, espera, si ahora viene lo peor.

››Cuando los dientes del serrucho comenzaron a tocar hueso, ya no pude más y, me tambaleé e hice ruido al tropezar  con una banqueta que no había visto. El hombre del serrucho se volvió y me miró amenazante. Intenté retroceder, pero me caí y, para mi horror, lo hice encima del descuartizado, peor aún, encima de su rostro. Di un respingo para alejarme de ese contacto y, y… entonces lo vi. Tenía su cara a un palmo de la mía. Le miré directamente a sus ojos abiertos, aún brillaban ¿sabes? ¡Estaban húmedos! La boca abierta, suplicante. Nunca olvidaré esa imagen, porque además, lo reconocí en ese mismo instante. ¡No puedo olvidarme de él, no puedo olvidarme!

—¿Le reconociste? Y… ¿quién era?

—Era el rostro de la muerte, del dolor supremo, era, era… ¡ERAS TÚ!

—¡AAAAAHHHHH!

—Ja ja ja ja ja…

—¡Estás loca, loca de remate! ¿A qué viene esto? No me mires, no me hables…, chiflada del demonio.

—¿No querías estar en mi sueño? Pues estabas, y además, ¡desnudo!

—¡Olvídame! Necesitas un médico.

—A ver si la próxima vez aprendes a escuchar sin tus chorradas. Y ahora, recoge las tazas que has tirado al suelo.

—¡Recógelas tú!

 —Jajajaja, vaya sustito te has dado… jajajajajaja.

4 comentarios:

  1. Excelente tu pagina muy bien escrita, ocurrente, divertid,genuina, me gustó leerte y conocerte atravez de tus letras.

    Gina Tonella

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, Gina. Perdona que no haya comentado antes tu entrada pero no lo había visto. Me alegra mucho que te gusten mis relatos. Llevo una temporada sin publicar novedades en mi blog, no estoy muy inspirada últimamente, pero estoy en ello y espero recuperarme pronto. Por cierto ¿De dónde nos conocemos?

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Da gusto ver los relatos recopilados, qué buenos momentos leyéndolos :-)

    ResponderEliminar
  4. Es cierto. Me gusta releerlos de vez en cuando y disfruto recordando cuándo y cómo los escribí. Gracias por pasarte, Zanbar ;-)

    ResponderEliminar