26 de enero de 2011

El novato.

Las campanas de la Iglesia tocaban a ánimas. Era la señal. Cuatro muchachos ataron fuerte los cordones de sus botas. Había llegado la noche de difuntos.

¡Chicos, seguidme! —Dijo el Rulos en voz baja.

El Potas llevaba algo colgado a la espalda. Todos, menos uno, sabían lo que era, y la importancia que tenía el contenido. El novato se anticipó. ¿Qué guardas en esa conejera cerrada con llave? —preguntó.  ¡Calla, Gordo! Y siguieron rumbo al cementerio.

Encendieron un farol bajo el ángel de piedra más hermoso que había en el camposanto. A sus pies, la tumba del Tirillas, muerto a los once años y enterrado con un dedo menos.

Hola,Tirillas. Aquí estamos todos, bueno, todos más uno. Ven aquí, Gordo. ¡Qué comience el ritual!

Abrieron la conejera. El Bizco extrajo una caja de cartón. Quitaron la tapa y sacaron cuatro dedos que colocaron sobre la lápida. ¡Guuaauuu! —dijo el Gordo. Te toca —indicó el Potas. ¿A mí? Pero yo no… ¿Quieres ser de los nuestros, sí o no? Sí —respondió el Gordopero así no puedo. ¿Cómo es posible que hoy no cumplas tu palabra? —protestó el Rulos. ¿Me dolerá mucho? Casi nada. Bizco, abrázalo fuerte.

El Potas sacó una navaja, descalzó al Gordo, y con un certero movimiento le cortó un dedo del pié izquierdo. 

El ahora mutilado lloraba. Tranquilo—le decían los demás— ya está hecho. Vamos al hospitalito, te curarán.

Desde ese día, formaba parte de la panda del Tirillas.

Ya eran cinco en la conejera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario